Que no se pierda ni uno solo de estos pequeños
No hay mejor herencia para un hijo que la fe y la confianza en Dios; no hay mejor regalo para ellos en esta Navidad -y siempre- que acercarles al Señor; no hay mejor misión para una familia que enseñar a un hijo a rezar. En la transmisión de la fe a los hijos, nos jugamos mucho, no sólo el futuro de la sociedad o de la Iglesia, sino la felicidad terrena y la salvación eterna de los propios niños
María Belén, una niña de 6 años, llega a casa llorando, porque una amiga suya le ha contado que su padre se ha quedado sin trabajo y que había tantas discusiones en casa que sus padres han decidido separarse. A los tres días, llega el propio padre de María Belén a casa y cuenta que él también se ha quedado en paro. María Belén se acuerda entonces de lo que le ha pasado a la familia de su amiga y pregunta a sus padres con ansiedad: «¿Y qué nos va a pasar a nosotros ahora?» Y entonces dice su papá: «Nada, cariño, Dios proveerá». Y María Belén pasa del drama que se le había venido encima a cantar y a jugar, como si no pasara nada. La anécdota la refiere el propio tío de María Belén, el padre escolapio Rafael Belda, autor del libro Al paso de los niños. Los niños en la Biblia (Edicep): «Éste es un modo imborrable de transmitir la fe -afirma a este semanario-, que deja una huella y un sello interior mucho más firme que cualquier argumento verbal. Un niño, lo que necesita es vivir la vida así. Al decir: Dios proveerá, y al proponer: Vamos a rezar, vamos a rezar el Rosario, vamos a la iglesia..., estás confesando tu fe en que Dios nos cuida, y esto da al niño un eje interior que nadie puede romper».
Muchos niños crecen hoy sin la menor noticia de Dios, sin conocer que tienen un Padre en el cielo, que les ha dado la vida y con el que se encontrarán cuando terminen su existencia en este mundo. Por eso es tan importante transmitir la fe a los hijos, y hacerlo bien. Afirma el padre Rafael Belda que «los niños no sólo tienen capacidad para relacionarse con Jesús, sino también necesidad. Es un derecho de todo niño el ser acercado a Dios, y es un deber nuestro hacerlo... No es sólo que ellos tienen derecho a Dios; es que nosotros tenemos la obligación moral de llevarles a Él. Es muy importante que un niño nunca recuerde el día en que empezaron a hablarle de Jesús, porque eso significa que fue desde siempre. Y esta tarea comienza ciertamente en la familia».
No hace falta contar muchos rollos
Así, se puede decir que es una verdadera injusticia para con los niños no darles la fe, no llevarles a Dios. Y para una comunidad cristiana -y la familia es la primera comunidad cristiana que conocen los niños- la transmisión de la fe es un deber intrínsecamente ligado a la misma experiencia creyente: no se puede ser católico sin ofrecer la fe. ¿Cómo hacer entonces que un niño pueda recibir la fe de sus padres? ¿Cómo puede un padre hablar del Señor ante su hijo? Don Juan de Dios Larrú, profesor de Ética y Teología Moral en la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, señala que «lo primero que tienen que hacer los padres es vivir ellos mismos la fe, que sean creyentes de verdad. Una persona que vive la fe, la transmite. Un padre creyente comunica a Dios en todo lo que hace: vive las circunstancias de su vida en esta perspectiva. Por tanto, el primer consejo a los padres que quieran transmitir la fe a sus hijos es que vivan ellos mismos la fe profundamente. Deben cultivar primero ellos ese encuentro personal con Cristo».
El padre Rafael Belda es de la misma opinión: «No se puede dar lo que no se tiene. Transmitir la fe a los hijos sólo es posible si el padre y la madre son creyentes, si hacen ellos un camino de fe. Esa fe, si se vive, se transmite por ósmosis. No necesitas contarle muchos rollos a tu hijo. Tienes que vivir como un creyente, que es distinto. Los niños no necesitan que tú les expliques con muchas razones la existencia de Dios. Lo que necesitan es que tú lo confieses existente en tu vida diaria».
Entre el Rosario y las tortillas
Una familia canta a la Virgen peregrina, iniciativa
del movimiento de Schoenstatt para fomentar
la vivencia de la fe en familiaEl cardenal Carlo Cafarra contaba que, de pequeño, en su casa se rezaba el Rosario por las tardes, y se quedaba admirado: ¿Qué es esto del Rosario, que hace que mi padre se ponga de rodillas? ¡Mi padre de rodillas! Y, al mismo tiempo, su madre estaba en la cocina batiendo los huevos para la cena. Su padre de rodillas, algo impensable, y su madre haciendo la cena. «La fe es así -confirma don Juan de Dios Larrú-. Tiene que ver con lo más cotidiano y con lo más trascendente. Ésta es la experiencia que ha de tener el niño: que la fe forma parte de la vida de todos los días».
Las dificultades no son pocas. El profesor Larrú señala tres de ellas: «Una vida familiar pobre, propia de una cultura en la que la relación y la convivencia de los padres con los hijos está muy debilitada; una vida cristiana de mínimos, porque conformarse con lo mínimo, ir simplemente a misa los domingos, es claramente insuficiente, ya que el ambiente no favorece en nada la transmisión de la fe; y el moralismo de reducir el cristianismo a cumplir unas normas, a ser buenos y portarse bien: ser santo es mucho más que ser bueno, y la vida moral cristiana es tener una relación de amor y amistad con Cristo». También los abuelos deben tomar esta misión como propia, por el bien de sus nietos, dadas las dificultades que presenta la vida moderna a los padres de familia.
La Navidad, momento propicio
Por eso, la Navidad ayuda de manera innegable a que los padres puedan pasar a sus hijos los rudimentos de la fe. Es una oportunidad que no se puede dejar pasar. Don Juan de Dios Larrú aconseja hacer llegar a los niños que «la fe aporta alegría: es muy importante que la fe se celebre. La fe tiene que ver con la fiesta. Un niño debe percibir que la fe está unida al sentido gozoso de la vida. La Navidad es la alegría enorme de que Dios está cerca de nosotros». Y el padre Rafael Belda lo corrobora: «La Navidad es un momento de gracia especial. La sociedad ha convertido la Navidad en puro comercio, ha perdido la relación con el misterio de la espera de Dios. Pero los niños perciben que pasa algo: hay vacaciones, se pasa más tiempo en casa, se ponen los adornos navideños, se va construyendo poco a poco el belén y la corona de Adviento, cantan villancicos, van a la Misa del gallo... A un niño nunca se le olvida el salir por la noche una vez al año con papá y mamá para ir a misa, con frío, a oscuras, y luego en la iglesia cantar y besar el Niño...; ni tampoco se le olvida el ir todos juntos a la Misa de las Familias, aunque suponga pasar frío o viajar toda la noche, eso no se olvida. Hay que llevar a los niños a las fuentes de la fe para que queden impresas en su psicología, en sus sentimientos, ya desde pequeños. Y darles la palabra de Dios desde la primera infancia también es crucial para construir sus vidas sobre la Roca firme. Narrar la historia sagrada, la historia de la salvación, a los niños les fascina, les entusiasma, vibran con ella...»
Para acabar, no hay que olvidar una cosa: en esta tarea de introducir a los niños en la vida de fe no estamos solos. La semana pasada, el obispo de Green Bay (Estados Unidos) aprobó como dignas de fe las apariciones de la Virgen en Champion (Wisconsin). Allí, la que educó al mismo Hijo de Dios en Nazaret, pidió a la joven Adele Brise, en 1859: «Enseña a los niños el Catecismo, cómo signarse con el signo de la cruz, y cómo acercarse a los sacramentos: esto es lo que deseo que hagas. Ve y no temas nada. Yo te ayudaré».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Lo que podemos aprender de los niños
¿Qué ha encontrado Dios en los niños para que Cristo los ponga como modelo del reino de los cielos? Así responde el padre Rafael Belda: «Primero: Los niños, cuanto más niños son, más necesitan de sus padres. Todo lo que suponga dependencia filial amorosa respecto de Dios es sustancial. El Señor nos pide volver a ser como niños que necesitan de su padre y de su madre, y que nada pueden hacer sin ellos. Nosotros, como cristianos, necesitamos de nuestro Padre Dios y de nuestra Madre la Iglesia.
Segundo: Los niños tienen una gran capacidad de espontaneidad y sinceridad. Cuanto más niños, más naturales, sin respetos humanos. Esa libertad es un signo del Evangelio, porque Jesús es así, dice lo que siente y manifiesta la verdad que vive. Muchas veces nosotros calibramos excesivamente las consecuencias de lo que hacemos y decimos.
Tercero: La profunda necesidad de los niños de amar y de ser amados. Es lo definitivo. Los niños necesitan experimentar mucho el amor, y también saben dar amor, cariño, cercanía...
Cuarto: Los niños tienen una gran apertura a la Providencia, a la provisionalidad. Los niños no son calculadores, no hacen proyectos a largo plazo, no tienen planes estratégicos, no están agobiados por el mañana. A los adultos, lo que escapa a nuestro control nos desconcierta; no estamos abiertos a lo que, en su providencia, Dios pueda darnos y se pueda cruzar con nuestros planes».
2 comentarios:
Parece que la cosa va de niños... Alonso en su blog, hablando de la fe de niños, tú aquí con este magnífico artículo que has puesto, muy profundo y muy verdadero... Lo que más luz me da es eso de que los niños tiene derecho a la fe. Muchas veces pensamos en los niños como si fueran sólo un proyecto de adulto, pero no es así. Son personas completas, desde el primer momento, y tienen necesidad de Dios, desde el primer momento. Yo, desde que me entero que mi mujer está embarazada, lo primero que hago es bendecir al niño y hacerle la señal de la cruz sobre la barriguita de mamá. Lo primero que hago cuando viene al mundo en hacerle la señal de la cruz en la cabeza, para librarle de malos espíritus y pedir sobre él la protección de Dios. Enseguida, bautizarles. Y luego, educarlos para que puedan relacionarse ellos con Dios. Mi hijos, ambos con menos de un año, se ponían a hacer monerías ante un cuadro de la Virgen: se reían, miraban atentamente, etc.; ella les hablaba, como se habla con un niño chiquitito, y ellos reaccionaban. Para dormirles, les acunaba con la Salve Regina, la Salve Marinera o el Veni Creator Spiritus, y a ellos les encanta, sobre todo la Salve Regina en gregoriano, muchas veces me piden que se la cante. Y mi niño estaba jugando con los juguetes y canturreaba ..."misericordes oculos..."
No digamos lo que disfrutan con los pasos de Semana Santa, o viendo las imágenes de las iglesias. Y por supuesto, en casa, rezamos al levantarnos toda la familia, al comer, y cuando hay alguna necesidad, por ejemplo, cuando su madre acude al rescate de alguna chica embarazada que se plantea abortar.
En nuestra peregrinación a Fátima, los niños sacaron un provecho enorme. El niño, de 4 años, está entusiasmado con toda la historia de los pastorcitos y la Virgen, se ha unido mucho a ellos. Le encanta ver la película de Fátima. Es curioso, porque pensábamos que se iban a aburrir un poco, y hacíamos con ellos actividades alternativas: piscina, montar en un trenecito, ir a ver una cueva... se lo pasaron muy bien. Pues cuando nos íbamos, le pregunté al mayor qué era lo que más le había gustado: ¡el Via Crucis por la senda de los pastorcitos!
Los niños están maduros para la fe. La acción del Bautismo les abre el corazón a la realidad de Dios: son santos por el Bautismo, y debemos darles en cada momento lo que necesitan para vivir esa santidad, para que en todo momento estén listos para el Cielo.
Luego, en la educación, además de vivirlo todo providencialmente, Jesús es una ayuda indispensable. El niño pegaba en el colegio: acudimos al sagrario y le pedimos al Señor que le ayude a no pegar, y eso se soluciona completamente. Otro niño le pegaba: rezamos por él para que se porte bien y no pegue, y también se va solucionando. Y ciando se enfadan, les decimos que se les ha perdido la sonrisa, que miren al cuadro de la Virgen y ya verán como les vuelve la sonrisa. AL principio no quieren hacerlo, pero al final lo hacen, ¡y la sonrisa vuelve inmediatamente, con la alegría!
Los niños son seres muy espirituales. Da mucha pena que no se les alimente con lo que necesitan. Así están alegres, felices, son capaces de luchar contra sus problemillas... La fe vivida en familia es una enorme bendición. ¡Que el Señor sea alabado! ¡Bendito seas, precioso Dios chiquitito, en la barriguita de la Virgen María!
Muchas gracias por exponer vuestra experiencia. La mejor "herencia" que podemos dejar a neustros hijos es la Fe.
¿Alguien más se anima a exponer aquí como transmite la fe a sus hijos?
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