Para que la familia siga siendo el motor de la fe y del mundo – editorial Ecclesia
Desde el comienzo de su ministerio, el Papa Francisco ha señalado a la pastoral familiar como uno de los más apremiantes retos de la Iglesia presente. En esta misma línea, el pasado 8 de octubre, como ya informamos, la Santa Sede comunicó que la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos llevará por tema “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” y tendrá lugar en el Vaticano del 5 al 19 de octubre. Días después, el cardenal Peter Erdö, primado de Hungría y presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, y el destacado teólogo y arzobispo italiano Bruno Frote fueron nombrados, respectivamente, relator general y secretario especial de dicha asamblea sinodal, amén del nombramiento previo de un nuevo secretario general del Sínodo de los Obispos, en la persona del prelado y diplomático italiano Lorenzo Baldisseri.
La familia y el matrimonio – células básicas de la humanidad y primeras, fundamentales e insustituibles fuentes de transmisión de la fe- requieren de toda la atención y potenciación posibles de parte de la Iglesia y de la sociedad. Y es que, además, esta última ha de recuperar “la conciencia –habla Francisco- del carácter sagrado e inviolable de la familia, bien inestimable e insustituible”.
Por ello, la celebración del Año de la Fe para las Familias, de los días 26 y 27 de octubre, con la participación del Santo Padre era un acontecimiento que despertaba un interés añadido. Y la ocasión, no defraudó las expectativas. Y el Papa Francisco, que también ha sintonizado espléndidamente con esta porción tan significativa y relevante del pueblo santo de Dios, en sus intervenciones, sencillas, hermosas y repletas de “olfato” pastoral, ha marcado algunas líneas, ha abierto pistas y caminos para fortalecer la identidad y la misión de las familias cristianas y, por ende, de la pastoral familiar.
¿Cuáles son estas pistas señaladas, los acentos subrayados por el Papa? Nos vamos a referir, telegráficamente, a cinco aspectos. El primero es la profundización, el redescubrimiento de la identidad de la familia. La familia, fundada en el matrimonio, es una comunidad de vida y de amor, es el lugar donde se aprende a amar, es el centro natural de la vida humana, es el motor del mundo y de la historia, es el espacio donde la persona toma conciencia de su propia dignidad y, “especialmente si se educa en la fe cristiana”, es también el espacio en que se reconoce asimismo la dignidad de las otras personas, en particular, de las enfermas, débiles y marginadas. Todo ello significa que la familia es sujeto de derechos, que deben tutelarse y promoverse, como reclama, por ejemplo, el documento del Papa Juan Pablo II “Carta de los Derechos de las Familias”, que acaba de cumplir 30 años.
En segundo lugar, la familia crece y se nutre del cultivo de valores capitales como el amor, la fidelidad, la opción de por vida, la capacidad de dar y de recibir, la paciencia, la perseverancia, el ejercicio del perdón y la reconciliación, la sinceridad, el diálogo, la lealtad, la comunicación… El cultivo de estos valores conlleva asimismo otra doble exigencia. De un lado, es el cuidado y la atención hacia los más débiles de la propia comunidad familiar como son los niños y los ancianos, “toda una apuesta de civilización”. Y de otro lado, la cercanía y la solidaridad de las familias cristianas hacia las familias que viven en cualquier situación de dificultad, como, por ejemplo, las separaciones conyugales.
En tercer lugar, la familia cristiana ha de intensificar en su propio seno la dimensión religiosa y singularmente orante. Se ha de rezar en familia. La familia ha de seguir siendo la primera escuela de oración y cenáculo vivo de plegaria. “Rezar en familiar fortalece a la familia”, con sencillez, con cotidianeidad, con asiduidad.
En cuarto lugar, la familia sigue estando llamada a custodiar a la fe como uno de sus más preciosos, preciados y precisos haberes y patrimonios. La familia será custodia de la fe sin “embalsamar” su contenido y su fuerza transformadora, “yendo a las periferias y sin atrincherarse en actitudes defensivas”.
Por último, la familia transmitirá la fe viviéndola con alegría, sin miedos, sin tapujos, con coherencia. Porque “la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad”