MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO

Diócesis de Cádiz y Ceuta
(Asociación Pública de la Iglesia Católica)
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24 agosto 2013

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO


Entrar por la puerta estrecha

El camino de los justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón




  
Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema: «Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».

Es la misma actitud que observamos respecto al retorno final de Cristo. Los discípulos preguntan cuándo sucederá el regreso del Hijo del hombre, y Jesús responde indicando cómo prepararse para esa venida, qué hacer en la espera (Mt 24, 3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña o descortés. Sencillamente es la manera de obrar de alguien que quiere educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que importan en la vida. 

En este punto ya podemos entender lo absurdo de aquellos que, como los Testigos de Jehová, creen saber hasta el número preciso de los salvados: ciento cuarenta y cuatro mil. Este número, que recurre en el Apocalipsis, tiene un valor puramente simbólico (12 al cuadrado, el número de las tribus de Israel, multiplicado por mil) y se explica inmediatamente con la expresión que le sigue: «una muchedumbre inmensa que nadie podría contar» (Ap 7, 4.9). 

Además, si ese fuera de verdad el número de los salvados, entonces ya podemos cerrar la tienda, nosotros y ellos. En la puerta del paraíso debe estar colgado, desde hace tiempo, como en la entrada de los aparcamientos, el cartel de «Completo».

Por lo tanto, si a Jesús no le interesa tanto revelarnos el número de los salvados como el modo de salvarse, veamos qué nos dice al respecto. Dos cosas sustancialmente: una negativa, una positiva; primero, lo que no es necesario, después lo que sí lo es para salvarse. No es necesario, o en cualquier caso no basta, el hecho de pertenecer a un determinado pueblo, a una determinada raza, tradición o institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador. Lo que sitúa en el camino de la salvación no es un cierto título de propiedad («Hemos comido y bebido en tu presencia...»), sino una decisión personal seguida de una coherente conducta de vida. Esto está más claro aún en el texto de Mateo, que contrapone dos caminos y dos entradas, una estrecha y otra ancha (Mateo 7, 13-14).

¿Por qué a estos dos caminos se les llama respectivamente el camino «ancho» y el «estrecho»? ¿Es tal vez el camino del mal siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y fatigoso? Aquí hay que estar atentos para no caer en la frecuente tentación de creer que todo les va magníficamente bien, aquí abajo, a los malvados, y sin embargo todo les va siempre mal a los buenos. El camino de los impíos es ancho, sí, pero sólo al principio; a medida que se adentran en él, se hace estrecho y amargo. Y en todo caso es estrechísimo al final, porque se llega a un callejón sin salida. El disfrute que en este camino se experimenta tiene como característica que disminuye a medida que se prueba, hasta generar náusea y tristeza. Ello se ve en ciertos tipos de ebriedades, como la droga, el alcohol, el sexo. Se necesita una dosis o un estímulo cada vez mayor para lograr un placer de la misma intensidad. Hasta que el organismo ya no responde y llega la ruina, frecuentemente también física. El camino de los justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón. 

03 agosto 2013

Comentario al Evangelio del XVIII Domingo tiempo ordinario. C- “Revestíos de la nueva condición”

“Revestíos de la nueva condición”
“Cristo es la síntesis de todo y está en todos”
Cada uno de nosotros va descubriendo y realizando libremente su proyecto de vida, tal vez sin saber que sobre él planea el proyecto de Dios Creador y dador de la vida. Nuestra meta no siempre coincide con la de Dios pero la verdad es que la de Él para cada uno de nosotros, es una salvación que se concentra en el resumen y el logro de la felicidad.
Nuestra ignorancia, las muchas limitaciones, la libertad de cada uno en medio de mil imprevisibles circunstancias, van tejiendo día a día, año tras año, un proyecto de vida que no siempre coincide con el plan de Dios.
Esta disonancia puede sincronizarse por arte divino en paralelo, sin prescindir de nuestro esfuerzo. La orientación correctora la ha dispuesto Dios por medio de Jesús, el Hijo. También a los que no tienen la suerte de conocerle, Dios les ayuda a salvarse y a conseguir la armonía y la paz. Para los cristianos esta salvación, resumen y logro de la felicidad, quedó formulada con estas palabras de san Pablo: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”. (2ª lectura ).
¿Qué es “resucitar con Cristo?” 
Jesús dejó al Espíritu santo encargado de completar su obra hasta su segunda venida al final de los tiempos. Esta herencia de Jesús se gestiona sobre todo en la Iglesia, aunque no sólo en ella. Sus sacramentos ofrecen los frutos de esta herencia del Señor.
El proceso comienza en la predicación y la vida ejemplar de los testigos de Jesús, que provoca la conversión a Él en los que lo aceptan con fe. “Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás”. Romanos 10,9.
Éste es el primer paso que nos acerca al sacramento del bautismo. (No lo confundamos con el mero acto sociológico que muchas veces es el bautismo, por desgracia).Por él la acción de Jesús resucitado nos incorpora a Él; con él morimos y con él resucitamos a una nueva identidad, la de hijos de Dios. Sobre este fundamento firme se establece nuestra nueva vida de convertidos al evangelio. Este cambio es progresivo gracias a la oración y a la relación personalizada con él. Oración de escucha, de diálogo, de gozo, de sorpresa, de paz, de luz, de impotencia, de gratitud o de silencio en adoración.
En este camino se implican conjuntamente nuestra libertad y la acción del Espíritu santo que se sirve de todo acontecimiento, ejemplo, accidente o circunstancia. La fe y la oración son sus intérpretes. El progreso en este proceso quedó descrito por san Pablo:”Quiero así tomar conciencia de su persona, de la potencia de su resurrección y de la solidaridad con sus sufrimientos, reproduciendo en mi su muerte para ver de alcanzar como sea la resurrección de entre los muertos”. Filipenses 3, 10-11.
Cada uno vivimos este proceso con diferentes matices y a distinto ritmo. Los dos en camino a Emaús lo tuvieron más fácil que Tomás; María Magdalena llegó a verle después de muchos nervios; en cambio el compañero de Pedro, el predilecto de Jesús, “vio y creyó”, Juan 20,8; así de sencillo y fácil. 
Todo el esfuerzo que hagamos para que el misterio de la resurrección del Señor, sea el principio de la nuestra, será poco; superemos la ignorancia que en general se tiene en la Iglesia de esta realidad fundamental de nuestra fe.
Nuestra renovación debe comenzar aquí, para encentrarnos con Jesús y descubrir en Él el sentido de nuestra vida en este mundo en el que nos ha tocado vivir.
    Mons. Xavier Salinas Viñals. Obispo de Mallorca