MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO

Diócesis de Cádiz y Ceuta
(Asociación Pública de la Iglesia Católica)
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28 julio 2014

MATRIMONIO Y FAMILIA, HOY (por Pedro Trevijano)

En cierta ocasión, leí una frase que me impactó: “Desgraciadas las sociedades que se ven obligadas a demostrar lo evidente”. Creo que es algo que en nuestros tiempos está sucediendo con el matrimonio y la familia.

La historia del matrimonio es la historia de un lento progreso. Hay primeramente un movimiento paulatino hacia la monogamia, unión de un solo hombre con una sola mujer, siendo el matrimonio la suma de dos principios: heterosexualidad de los cónyuges y unión de dos personas, mutua entrega que les compromete en su realidad más íntima, haciéndoles compañeros en pie de igualdad. Poco a poco empiezan a dibujarse unos procesos, que aparecen con claridad precisamente en nuestro tiempo: la familia se desprende de la firme vinculación a una estirpe o clan, así como el número de hijos ya no se deja a las fuerzas ciegas de la fecundidad humana, sino que los padres son los que asumen la decisión y la responsabilidad.

Todo esto nos ofrece la posibilidad y el deber de hacernos más personas; este proceso desde los tiempos más remotos no se ha cumplido sin la ayuda del Espíritu de Dios. El matrimonio es un bien que no tiene precio y está íntimamente unido a la dignidad humana.

El Concilio Vaticano II nos da una muy importante definición de matrimonio: "Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable” (GS 48). El matrimonio debe ser entendido como una alianza, en la que uno y otro no se entregan determinados derechos, sino que ellos mismos como personas se dan y se toman y Dios mismo realiza y consagra su unión.

El amor es lo más excelente de la vida y en el matrimonio es tan fundamental que no es uno de sus fines ni de sus medios, sino que forma parte de su definición. Por él la imagen de Dios, valor supremo, se perfila detrás de la pareja humana. Pero hay dos aspectos complementarios en el matrimonio: el personal y el social. El concilio subraya el aspecto personal cuando dice que el matrimonio es: “la íntima comunidad conyugal de vida y amor”. Pero tampoco se olvida el aspecto social: “Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios”.

El matrimonio está al servicio de la vida y contribuye al progreso personal, familiar e incluso de toda la sociedad. Es precisamente la palabra de Dios la que nos da las más bellas definiciones realistas del matrimonio: dos en una sola carne, alianza de corazón, lazo vital entre el hombre y la mujer.

Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Dios quiere que del amor de los padres, en la medida de lo posible, procedan los hijos. Los niños no crecen en ningún otro lugar mejor que en una familia intacta, en la que se viven el afecto cordial, el respeto mutuo y la responsabilidad recíproca. Finalmente en la familia cristiana también crece la fe. 

La familia, basada en el amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer, no sólo es un tesoro para cada uno de sus miembros, sino que es el mejor fundamento de la sociedad, como estamos viendo en estos tiempos en que la familia y la Iglesia son las dos instituciones básicas que más están haciendo para disminuir los efectos desastrosos de la crisis económica. El Estado tiene la obligación no sólo de respetar los derechos fundamentales de las familias, sino de apoyarles eficazmente y protegerlas en sus necesidades materiales, aunque hoy desgraciadamente imperen ideologías positivistas, relativistas y de género que lo que tratan es de destruirla.

Pero, a pesar de los ataques que sufre, la familia es una entidad con futuro, porque la comunidad humana es algo más que una sociedad animal. La familia es a la vez un compromiso público, un ideal moral y una institución social, pero no una institución cualquiera, sino la más valorada, como muestran las encuestas. Además el matrimonio y la familia son indestructibles, no sólo porque responden a las más básicas necesidades humanas, sino porque además “en el plan de Dios, un hombre y una mujer, unidos en matrimonio, forman, por sí mismos y con sus hijos, una familia. Dios ha instituido la familia y le ha dotado de su constitución fundamental” (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, nº 496). Y no olvidemos que no es que Dios sea poderoso, sino que es Omnipotente.
(publicado en el blog de Religionenlibertad)

11 julio 2014

REFLEXIÓN PARA EL VERANO 

(de Javier Escribá/Ser Persona)


El amor es como una planta: necesita agua (afecto, consideración, respeto, confianza, etc.), necesita abono (detalles, intimidad, ilusión, alegría, etc.), y necesita poda (rectificación de defectos, erradicación de los malos hábitos, etc.); de lo contrario, se seca.

En otras palabras, una relación conyugal madura no será posible si no la cuidamos en el día a día, si no la nutrimos con vitaminas (emociones positivas), y si no la defendemos de todo aquello que pueda envenenarla o contaminarla (emociones tóxicas).

20 Actitudes a evitar:

-1. No decirle nunca al otro que se le quiere: se da por hecho que ya lo sabe.

-2. Guardar rencor hacia los errores del otro y no querer perdonarle.

-3. Fijarse sólo en los defectos del otro, y no en sus virtudes.

-4. Acostumbrarse a la compañía del otro: que parezca algo normal, algo que merecemos.

-5. Jugar con su amor, considerando que hay cosas más importantes: salidas frecuentes a solas, intimar con otras personas.

-6. Mecanizar la relación de amor, no poner esmero en los detalles.

-7. No reírse nunca en casa, reservando la alegría para fuera de ella.

-8. No decirle nunca al otro lo bien que hace algo, no se lo vaya a creer.

-9. Ignorar al otro.

-10. Rechazar tener hijos porque sólo dan problemas.

-11. Juzgar las intenciones del otro. Interpretar sus gestos y sus palabras: “Ya sé por qué dices esto o aquello… En el fondo, tú siempre…”.

-12. Hacer de padre o de madre para el otro. Practicar las técnicas parentales con el cónyuge: “haz esto, no hagas aquello, saluda, sonríe, come bien,…”.

-13. Utilizar la ironía, el sarcasmo, el grito, la ridiculización, la descalificación o el desdén al dirigirse al otro.

-14. Dudar, desconfiar, pensar siempre mal, adelantarse a los acontecimientos en negativo, etc.

-15. No querer al otro como es, sino como nos gustaría que fuese.

-16. Ser pasivo, esperar a que el otro tome siempre la iniciativa.

-17. Ser conformista (inmovilista). Creer que "si estamos bien", mejor no hacer cambios que "compliquen la vida".

-18. Instrumentalizar al otro.

-19. Poner barreras al diálogo: cerrar habitual y prolongadamente la comunicación.

-20. Ser infiel al proyecto en común, pero no entendido exclusivamente como las relaciones sentimentales y/o sexuales con otra persona, sino en su totalidad.