MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO

Diócesis de Cádiz y Ceuta
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25 octubre 2011

EVANGELIO DEL DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a las gentes en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en la sinagoga; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

(Mateo 23, 1-12)

La hipocresía piadosa ( Mt 23,1-12)


Tiene una dureza el evangelio de este domingo que lo hace bronco, pero que hay que entender en su debido contexto. El delito que Jesús delata y condena drásticamente con tintes inusuales en Él, no es otro que la hipocresía de los grupos más relevantes de Israel (saduceos y fariseos), es decir, el haberse apropiado de una tradición religiosa que en absoluto vivían, aunque eran terribles en exigir su cumplimiento formal.

Porque, faltando la razón y el sentido de cuanto se hace, y sobre todo faltando ese gran Tú –con mayúsculas– por quien uno vive y se desvive, es fácil reducir la religión a una especie de "código de circulación" pietista y moralista, pero no algo apasionante que da vida, que pone gusto por las cosas y las gentes. Una religiosidad así es realmente agobiante, triste, que asfixia la esperanza y amordaza la libertad.

Cuando Jesús veía en qué se había convertido, o mejor, en qué se había perver­tido la enseñanza de la ley de Moisés y los profetas, aquella liberación de todas las es­clavitudes desde una relación con Dios llena de comunión, de ternura y misericordia, se comprende que la emprendiera así con quienes habían gestado los cambios y los re­cambios tan torpemente.

Era la hipocresía de saber muchas cosas de Dios... pero no saber ya a lo que sabe Dios; era la hipocresía de ser experto en un Dios por el que no late diariamente el cora­zón de sus presuntos seguidores; era la hipocresía de hacer proclamas sobre Dios, que por no estar respaldadas por gestos de amor y de justicia, no generan esperanza en los que más desesperanzados están; era la hipocresía de amenazar y acorralar a los demás con la Verdad de Dios como excusa, estando ellos instalados en el paripé de los honores y las reverencias, en el escaparate de los banquetes y en la mentira cotidiana.

Esta hipocresía señalada por Jesús, esta acusación suya, colmará el vaso de los fariseos y le pondrá en las puertas de su pasión y su muerte. Era, sin duda alguna, un ataque demasiado evidente y demasiado público como para que el maestro Jesús si­guiera paseando su Palabra y su Persona... sin más. Había que quitarlo de en medio cuanto antes. Poco a poco se había ganado a pulso esta "peligrosidad" propia de alguien que quiere vivir de verdad y en la Verdad, en medio de un ambiente que estaba domi­nado por otra gente, más proclive a la apariencia y a la galería.

No obstante, también para nosotros cristianos, hay una fortísima llamada a exa­minarnos sobre nuestra vivencia de fe en el Señor y sobre nuestra con-vivencia de cari­dad con los hermanos hombres. Ya que el término "fariseo" ha pasado a ser un adjetivo maldito del que no estamos exentos, los cristianos. Pues sería tremendo que el Señor tu­viera que decir incluso de nosotros aquel reproche de "haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen" (Mt 23, 3). ¿O acaso no somos precisamente nosotros, los cristianos, –tantas veces– también sospecho­sos de desmentir con la vida esa verdad que nuestros labios cantan y nuestros rezos imploran?


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo



1 comentario:

Emilio Alegre dijo...

Completamente de acuerdo con esa última frase. La acusación del Señor va por nosotros. Porque es muy fácil estar a favor de esto o en contra de lo otro cuando no nos jugamos nada, cuando sólo hay que reenviar un mensaje o dar un clic de apoyo (aunque todo esto está muy bien y hay que hacerlo). Es muy fácil dar una limosna de lo que nos sobra sin privarnos de nada, sin vivir austeramente para poder ayudar a más, creyéndonos que tenemos derecho a todo, mientras que otros parece que no tuvieran derecho ni a alimentar a sus hijos. Es muy fácil dar testimonio entre nosotros, los que estamos de acuerdo, para callarnos luego ante los compañeros de trabajo, la familia, los amigos, los extraños... Es muy fácil decir que somos cristianos, pero pasarnos la vida huyendo de la cruz; es muy fácil pedir a los demás un comportamiento moral, pero nosotros no enfrentarnos al ridículo, la intranquilidad, el riesgo de perder algo, etc., cuando nos tocaría a nosotros dar testimonio. Es muy fácil hacer lo que todos esperan que hagamos, y no lo que el Señor quiere que hagamos.

Señor, quítanos la cobardía, el deseo de tranquilidad a toda costa, el apego a lo que tenemos. Nosotros no podemos. Muévenos Tú, con tu gracia, por los méritos de Cristo en la cruz, para que por amor a Ti podamos esforzarnos a abrazar nuestra cruz y seguirte.