MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO

Diócesis de Cádiz y Ceuta
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25 enero 2013

VISITA A LA DIÓCESIS DE CÁDIZ Y CEUTA DE LA VIRGEN DE CZESTOCHOWA

La Virgen de Czestochowa nos muestra el camino

 El icono de la Madre de Dios que peregrina de Vladivostok a Fátima, procede del mismo que aquél otro icono de la Virgen ante el que Juan Pablo II pasaba horas y horas rezando en Roma, en su capilla. El papa se entregaba continuamente a María Inmaculada para así consagrarse mejor a Cristo, con su lema “TOTUS TUUS (ego sum)”, que significa “soy todo tuyo”.

  El icono de la Virgen de Czestochowa probablemente se “escribió” -así se dice de los iconos, quizá porque podemos “leerlos”- en Constantinopla en el siglo VII-VIII. La tradición popular lo remonta a San Lucas, lo que sin duda tiene que ver con que se piensa que este buen colaborador de San Pablo, que probablemente era artista además de médico, conoció a la Virgen y así pudo “retratarla” especialmente en su Evangelio. El de Czestochowa y algunos otros iconos de la Virgendel mismo tipo, proceden de un icono ancestral común que llegó a Constantinopla desde Jerusalem, a principios del siglo V. De forma paralela, varios iconos del rostro de Nuestro Señor, denominados “Aquiropita” (no hechos por mano humana) provienen probablemente del icono verdaderamente no hecho por mano humana, que es el “Mandilion”, también venerado antiguamente en Constantinopla. Tienen con él una serie de detalles comunes, como el mechón de pelo ondulado sobre la frente que es en realidad una mancha de sangre en el Mandilion. Se trata de la Sábana Santa que hoy se venera en Turín, que entonces se exhibía doblada, mostrado solamente un cuadrado con el rostro de Jesús.

 Hay varios “tipos” de iconos orientales de la Virgen, que son formas distintas de representarla. Éste de la Virgen de Czestochowa pertenece a uno de los tres tipos más conocidos y antiguos, el de la “Odighitria”, palabra griega que significa “la que muestra el camino”. Esto se ve en que la Virgen, que nos mira de frente, sostiene con un brazo a su Hijo Jesucristo, mientras nos lo señala con la mano derecha, diciéndonos: “Jesús es el Camino”.

 Por su parte, el Niño Jesús nos mira también y sostiene con la mano izquierda el Evangelio, recordándonos en especial el pasaje donde Jesús, la noche antes de ser entregado para ser crucificado, dice a sus apóstoles: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida; nadie va al Padre sino por Mí” (Juan 14, 6). En este tipo de icono, al sostener las Escrituras, se nos muestra también que en Él se cumplen la Ley y los Profetas, de las que el Evangelio es plenitud. Como cuando en la sinagoga de Nazaret, tras leer al profeta Isaías -“El Espíritu de Dios está sobre Mí […] me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”-, Jesús les dijo: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”, refiriéndose a Sí mismo (cf Lucas 4, 16-21).

 El manto de María simboliza realeza, y une símbolos orientales y occidentales. María es Reina del Cielo y de la Tierra. El rojo púrpura interior es de realeza y también indica virginidad. Las estrellas sobre la cabeza y los hombros provienen de la triple cruz estrellada, antiguo símbolo sirio de la triple virginidad de María: antes del parto, durante el parto y después del parto. El azul oscuro exterior con flores de lis no es propio de los iconos orientales, sino de la casa real de Anjou, porque Luis de Anjou lo restauró en el siglo XV. Figura también en el centro del escudo de España. La flor de Lis es un emblema cristiano: la flor del lirio, elegida de entre las flores porque asemeja la forma de cruz y muestra la simplicidad y belleza del Evangelio. Significa también pureza (con ella se representa en nuestras imágenes al casto San José, o a San Antonio de Padua), y recuerda la frase de Jesús, en la que nos dice que ni el mismo Salomón, con toda su realeza, se vistió como uno de los lirios del campo, que ni trabajan, ni hilan, indicándonos que confiemos en nuestro Padre del Cielo, no en las falsas seguridades humanas.

   El manto de Jesús es de Rey, “para que toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2,11). Su color naranja simboliza la Verdad, el fuego del Espíritu Santo. Mientras sostiene el Evangelio con la izquierda, nos bendice con su mano derecha, en una forma que es típica de los iconos: el anular, meñique y pulgar unidos nos recuerdan la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas y un solo Dios. Los dos dedos indice y corazón, levantados, nos recuerdan la doble naturaleza de Cristo: Dios y Hombre verdadero.

 La boca de la Virgen, como la de otros iconos, es pequeña, indicando su escucha, que guardaba los misterios de su Hijo y los meditaba en su corazón, como tras la adoración de los pastores, o la pérdida y encuentro de Jesús en el Templo. La nariz larga indica espiritualidad. Sus ojos están atentos a las necesidades del Pueblo de Dios, como en las bodas de Caná, donde se dio cuenta de que se había acabado el vino, para pedírselo a su Hijo. Y las heridas son realmente daños producidos por las guerras e invasiones que han asolado Polonia. Nos muestran que María se une al dolor de sus hijos, como se unió al dolor de su Hijo en la cruz, cuando Él cargó sobre Sí mismo todas nuestras injusticias, para liberarnos del pecado y de la muerte.

   Este icono refleja lo que nos explica el Concilio Vaticano II en Dei Verbum: la unidad de la Tradición viva y la Escritura, depósito de la Revelación de Dios enseñada por su Iglesia.